sábado, 27 de octubre de 2012

Honduras del Tiempo

Nota de autor: Reeditando relato...

  Mucho más allá de un pueblito  ubicado en la provincia de Salta, siguiendo por un camino de tierra y piedras en medio de la nada pero a la vez lleno de naturaleza, existe una pequeña casa, construida en adobe y rodeada por algunos árboles frutales y una huerta.  Esa casa solo tiene dos habitaciones y en una de ellas duermen tres jóvenes que llegaron ese mismo día en una camioneta para cumplir con una misión. En la otra, don Faustino habla en vos baja con su mujer.

  -Estos niños aventureros, se piensan que lo mejor sería que, de la nada, la vida les otorgara algo para su felicidad. Si Josefa, estoy molesto. Pero de todas formas tengo que ayudarlos.     

  Estos jóvenes vinieron de muy lejos, incentivados por un mapa que el abuelo de uno de ellos le entregó poco antes de morir. Ese mapa contenía las rutas y caminos secretos por donde transitaron los carruajes con todos los objetos de valor de las familias que iniciaron el famoso éxodo hacia Tucumán durante el avance de los realistas que se hallaban, en esa época, en la provincia de Jujuy, se decía que había un total de veinte carretas completamente cargadas.

  El sol iluminó a todos en la casa para que despertaran, era el día en que marcharían en una de esas aventuras que quedan guardadas en la memoria de uno por siempre. El marido de Josefa usó a una mula que tenía para cargarla con las mochilas de los jóvenes, que pretendían pasar la noche en el monte. Ya tenían todo lo que necesitaban, una carpa, dos brújulas, linternas, ropa de abrigo, también una escopeta, machetes, entre otras y por supuesto, el mapa. Dejaron en la camioneta algunos objetos, como sus celulares o billeteras, ya que no servían en un lugar tan inhóspito como ese.

  Los cuatro se pusieron en marcha, iban caminando a paso moderado por un sendero que rodeaba uno de los tres cerros del lugar. Durante el trayecto, los muchachos contaban a don Faustino algunos eventos por los que tuvieron que pasar antes de llegar hasta la casa de él.

  -¿Usted don Faustino, no tiene hijos? Dijo Emanuel, el mayor de los tres.

  -Si joven, tuve tres varones, pero ya todos se marcharon para la ciudad con sus mujeres.

  -Ah, ¿y lo vienen a visitar seguido?

  -De vez en cuando vienen mis nietos con algunas flores.

  -¡Miren allí! ¿Es un pavo?.- Dijo Horacio, otro de los muchachos.

  -Si joven, ¿por qué no lo cazan para la cena?.- Recomendó don Faustino

  Todos se detuvieron en ese momento sin hacer ruido alguno, Emanuel cargó la escopeta y caminó sigilosamente unos metros para tener en la mira al pavo, bastó un solo disparo para que quede tendido entre la maleza,  todavía habían un par de plumas por el aire, Javier, el más chico de los tres, fue a recogerlo. Iba a ser una buena combinación para el almuerzo con las tortillas que tenía en su mochila.

  Los jóvenes decidieron que debían parar para comer recién cuando hayan atravesado el cerro. Pobres, pensaron que eso les llevaría solo la mañana, caminaron más de 8 horas hasta que don Faustino les señaló el final del trayecto para el que fue contratado.

  Allí estaban sentados entre unas rocas los cuatro, fatigados de tanto andar. Era muy claro que ese era el lugar que los jóvenes estaban buscando, pues el mapa señalaba un punto en donde un arroyo se divide en tres y precisamente, en frente de ellos estaba un arroyo que se dividía en tres.

  Luego del largo  y merecido descanso,  aprovechando todavía la poca luz que le quedaba al día, limpiaron el lugar donde pasarían la noche, la fogata ya estaba encendida con el pavo asándose. Cuando terminaron de comer, don Faustino, que pronto se iría a su casa, les pregunto a los jóvenes:

  -Ahora que no está presente mi señora, ¿me pueden decir realmente lo que están haciendo aquí, en medio de la nada? La historia del viaje de estudio geográfico se lo guarda mi señora pero yo no, ¿porque no me dicen la verdad?.- Fue lo que les dijo con su mirada apagada por los años.

  -Está bien, se lo contare.- Dijo Emanuel ya resignado.

  -Mi abuelo me dejó este mapa, que contiene rutas secretas por donde transitaron las carretas del famoso Éxodo Jujeño. Esperamos hacer algún descubrimiento, y bueno, aquí estamos.

  -Creí que el general había quemado todos los mapas.

  -¿Cómo dijo don?

  -Nada, nada. Creo que ustedes están aquí por ambición propia, es natural en el hombre, pero guarda muchachos, que todo tiene un límite y si lo pasan, no podrán volver para atrás, no tendrán tiempo para enmendar todo el mal que dejaron por el camino de sus vidas, afectando a sus seres queridos, y habrá sido demasiado tarde para cuando se hayan dado cuenta.

  Los tres escucharon atentamente las sabias palabras del viejo hombre antes de que se marchara de nuevo con su mujer.

  Durante la noche los tres conversaban sobre los pasos que darían al siguiente día, estaban tan esperanzados de poder encontrar algo en ese lugar que durmieron muy poco, además de todo lo que implica dormir en medio del monte les fue difícil conciliar el sueño.

  Al día siguiente,  se encontraban en marcha, habían optado ir por el costado de una vertiente, la zona era la más llana de todas, por lo que pensaron que por allí seria un camino accesible para pasar con carretas atadas de caballos. Esta vez, hicieron una parada al mediodía, almorzaron comida enlatada que tenían, y al terminar, siguieron a paso firme.

  Mientras uno hacía disparos durante el trayecto, otro se topo con un pedazo de madera ovalada, sorprendidos siguieron buscando pistas y encontraron, al costado de unas rocas, una rueda de madera. Ilusionados siguieron caminando buscando aquello que tanto anhelaban. Uno pudo distinguir a los lejos, entre unos árboles, una estructura que no se adaptaba al lugar. Mientras se hacían paso entre la maleza, vieron que también habían unos baúles dispersos cerca de aquello. Felices, siguieron avanzando y cuando estuvieron a punto de llegar, de un costado se oyó la voz de un hombre.

  -¡Vosotros! ¡Deteneos inmediatamente! ¡¿Qué hacéis en este lugar?!

  Los tres muchachos exhalaron de adentro sus almas del susto al tener ahora en frente a un hombre fornido, de un metro ochenta y cinco o noventa de alto, vestido con una chaqueta azul con botones dorados, en el pecho se interceptaban dos bandas de color blancas, tenía un sombrero redondo con escarapela y un pequeño penacho blanco, su pantalón, también blanco, se ajustaba a las piernas por dentro de unas botas negras, y se amarraba en la cintura a una faja roja, y los más impactante para los aventureros, el sable tan brillante que sostenía en una mano. Sin duda alguna, esa figura presente era un soldado con vestimentas de aquella época.

  -¿Queréis esos baúles no es cierto? ¡Pues no os entregaré! ¡Estos tesoros serán usados cuando la patria los necesite! ¡Mi regimiento y yo no os permitiremos llevar nada! ¡Ahora marchaos de aquí!.- Fue lo que les dijo en tono amenazante a los jóvenes que se encontraban, hasta ese momento, paralizados.

 Cuando terminó de decir eso el soldado, los muchachos dieron media vuelta y se marcharon rápidamente de allí dejando caer la escopeta y el mapa.

  Durante la noche no pararon ni para dormir, siguieron caminando. A pesar de que se perdieron algunas veces, recuperaron el sendero por el que fueron con don Faustino en la ida. Realmente no deseaban permanecer ni un minuto más ese monte.

  Cuando al fin divisaron la casa, notaron algo raro. Dudaban que esa fuera la misma casa en la que habían pasado la noche, pero allí estaba la camioneta como prueba irrefutable.

 Pero ahora, la casita que los albergó era una ruina del tiempo, los escombros yacían por todos los costados, no había  árboles de frutos, nada.  En cambio solo tierra árida y unos cuantos cráneos de animales. Y donde estaba la huerta, unos pequeños jarrones con flores amarillas y velas consumidas, posando junto a dos grises lápidas.

FIN


viernes, 26 de octubre de 2012
Cuatro Cuerdas

  ¿Estoy despierto? No lo sé, pero mis ojos están cerrados. Escucho como afuera el perro corretea a las gallinas que se escaparon del corral. Escucho también a mi Mamá en la cocina llamándome, pero… ¿Qué es esta sensación? Mi brazo derecho esta tenso, es como si hubiera algo adentro de él que quiere salir, que quiere explotar. Ahora estoy rodeado en un sentir de sueños pesados que me envuelven y me intentan llevar. ¿Será la muerte? ¿Serán los franceses? Logro abrir los ojos y:

  -Pero… ¿Dónde estoy?- fue lo que dije cuando me senté en la cama.

  -¡Hijo vístete rápido y ven a desayunar! Pronto llegara tu padre, así que apura.-fue la voz de mi madre que se encontraba parada en la puerta de mi habitación con su delantal blanco y las mangas de su camisa arremangadas.

  -¿Ma…Mamá?- respondí mientras mis manos frotaban mis ojos.

  -¡Apura hijo y vístete!- y se fue de la puerta a realizar sus tareas.

  Al siguiente instante me levanté y fui a lavarme la cara todo lo que pude para despabilarme. El sol recién empezaba a iluminar el interior de la casa y sus rayos que entran por la ventana dejan ver todo el polvo que sale del estante que limpia mi Madre.

  En mi mente todavía seguía presente esa pesadilla, no estaba tranquilo.

  Fui hasta la mesa, y mientras ella seguía limpiando le pregunté:

  -¿Mamá a donde fue Papá?

  -Pronto volverá. Ten, toma tu desayuno.

  No pude terminar mi desayuno que llegó mi padre, que no acostumbraba a volver por la mañana, entró a la cocina, se sacó el sombrero de cuero que es el que usa cuando va a la ciudad, luego me tomó de la mano y me llevó hasta el pequeño salón de nuestra casa en el campo de forma energética, costumbre de su personalidad y como si fuera a presentarme a una persona me dijo:

  -¡Mira, mira!, aquí tienes tu nuevo violín.

  Entonces fue por eso que mi padre fue tan temprano a la ciudad. Pensé.

  Allí estaba, sobre un sillón de mimbre, desplegado sobre su envoltura de papel, era de tono rojizo y brillante barniz. No le saqué la mirada de encima hasta tenerlo en mi hombro y saber si estaba afinado, eso era lo que me importaba.

  -Al otro lo vendí, era ya muy chico para ti. Ahora éste te quedará mejor-. Me dijo mi padre y mi madre le siguió:

  -Es muy bello tu nuevo violín, tienes que cuidarlo y protegerlo mucho-. Con unos ojos tan iluminados por gotas de agua como nunca antes vi. Mi padre se le acercó, tomó su mano:

  -Teresa, el maestro me concedió la entrevista. Lo iremos a ver en tres semanas.
  Mi Mamá, entendía la misión que mi padre llevaba adelante y por ello soltó una lágrima de sus ojos, se la secó y se fue de nuevo a sus quehaceres.

  Mi padre volvió conmigo y sacó de uno de sus bolsillos de su chaqueta un papel, era una nueva partitura para mí, pero no tenia título alguno o nombre del autor, algo extraño.

  -Empieza a aprenderte este tema. Que hay mucho por hacer y poco tiempo por delante.

  -¿Poco tiempo?

  -¡Sí! En tres semanas iremos a Parma a una audición, y esta pieza que traje será la que tocarás en frente del maestro. Ya me voy al trabajo. Tú comienza con eso.

  Toda la mañana estuve tratando de memorizar la primer parte de los acordes.  No pensé más en la pesadilla, pues fue no más que eso. Ahora mi mente pensaba en cómo sería esa audición y con quién. Trataba de imaginarme el lugar y el camino hacía esa ciudad que nunca vi, ¿Cómo sería este maestro? ¿Podré escucharlo tocar?, fueron algunas de las tantas cosas que me pregunté ese día.

   Mi padre no me dio muchos detalles, solo se empeñaba en que aprendiera el tema con el que tocaría en la audición.

   La melodía de éste tema era bonita, pero la verdad no sabía que estilo era,  era agradable escucharla porque me daba una sensación agridulce por sus variaciones en los cambios de notas de graves a agudas y de agudas a graves.

  Durante las siguientes dos semanas me dediqué a memorizar todo el tema y tocar lo mejor que pudiera. Mi padre estaba conmigo guiándome siempre, luego de que viniera de su trabajo.

  Un día al llegar de su día de labor, y después de que almorzáramos unos tallarines y gallina de corral que preparó mi madre, fuimos al pequeño salón de nuestra casa para iniciar con las clases.

   Antes de empezar a practicar el tema principal, hice unos ejercicios de velocidad y quise llevarlo a lo máximo. Estaba tocando un pasaje del ejercicio, me deje llevar y “track” se me rompe una cuerda del violín. Paré de tocar y quedé inmóvil, no por lo que vendría después, sino porque mi brazo derecho experimentaba esa sensación que tuve días atrás en una pesadilla. Era algo que no podía controlar, todo mi brazo se tensaba tanto que quería explotar, mis dedos se cerraron con fuerza y deje caer el arco al suelo. No sentía dolor, no podía gritar, no tenía reacción…pero mi padre si:

  -¡Mira lo has hecho! ¡Eres un necio!

  -¡¿Cómo pudiste ser tan tonto para romper una cuerda?!

  -¡Ahora tendré que ir a la ciudad de nuevo y esto…y esto lo pagaras tu, hoy te irás a la cama sin comer!

  Quedé sentado en el suelo mirando el arco que estaba enfrente de mí, todo mi brazo derecho seguía con esa sensación, nose como describirla ni tampoco sé qué hacer o que pensar. Mi padre fue hasta a su habitación por su sombrero de cuero, después le dijo algo a mi madre y se fue de la casa, seguramente a la ciudad por otras cuerdas.

  De repente siento unos brazos que me levantan del suelo, eran los de mi madre.

  -Mi brazo derecho esta…esta…

  -¿Que tiene tu brazo? me dijo con su voz dulce de madre.

  -No puedo calmarlo…nose que tiene.

  Ella fue por una botella del estante, y con su líquido, que parecía agua,  me mojo con unas pocas gotas las manos mientras las masajeaba.

  -¿Estás mejor?

  -Si lo estoy-. Le respondí. Instantáneamente esa sensación desapareció de mi brazo.

  -Bueno, no hagas enfadar a tu padre de nuevo. Ven te ayudare a guardar el violín en su estuche.

  Hasta que llegara mi padre yo me pasé un tiempo afuera jugando con el perro, le tiraba un palo para que lo buscara, una vez que lo tenía en su boca se alejaba de mi a trotecitos con su cola levantada, disfrutando que yo fuera en su persecución para quitárselo.

   Ya había anochecido para cuando retornó mi padre, su alta y ancha figura posaba en la puerta, sin decir nada entró y fue a la habitación donde estaba mi madre rezando, hablaron un poco y  se fue para el salón, yo lo seguí por atrás sin decir nada, sacó el violín del estuche y le cambio no una, sino las cuatro cuerdas, yo lo miraba un poco sorprendido, porque pensé que solo iba a cambiar la cuerda rota. Mientras ajustaba las cuerdas del violín y las afinaba, me hizo una seña para que me acerque a él.

  -Bien, ya está listo esto. Aquí tienes tu violín. Si solo le cambiaba la cuerda rota su sonido no mejoraría en su totalidad para cuando toques en tu audición. Ahora con estas cuerdas nuevas de tripas de gato sonará como debe ser-. Me dijo mientras ponía el violín en mis manos.

  -Es lo que necesitarás. Ahora prosigue dos horas más y luego vete a la cama.

  Era verdad lo que decía, el sonido ahora es mucho más limpio y nítido con estas nuevas cuerdas, es muy grande la diferencia, me siento feliz a pesar de no haber cenado.

  Esa última semana ha pasado muy rápido, llegó el domingo, día de nuestro viaje.  Ya habíamos almorzado. Yo me encontraba en mi habitación terminando de guardar mi ropa. Mi madre estaba en la cocina poniendo en un recipiente la comida que llevaríamos para nuestro viaje. La verdad nose cuanto demoraremos para llegar hasta Parma. Mi padre se encontraba afuera de la casa amarrando los dos caballos que tenemos al carro.

  -¿Ya terminaste? ¡Apura que tenemos que salir ahora!- Me gritó desde afuera.

  -¡Si, si! ahora voy.

  Mientras iba hasta donde estaba mi padre, mi madre me tomó de la mano.

  -Espera que quiero darte algo.- Me decía mientras se sacaba un colgante de su cuello.

  -Esto es para ti, y si te pasa de nuevo lo del brazo, lo tomas entre tus manos y reza hasta que se calme ¿bueno hijo?

  -Si Mamá, no se me olvidará.- Y dejé mi maleta y el violín un minuto en el suelo.

  -Cuídate hijo, te extrañare mucho.

  -Sí Mamá, yo también.- Y nos fundimos en un abrazo de despedida. La verdad nose cuando volvería a verla.

  Fui a dejar la maleta y el violín al carro, tenía dos mudas de ropa, entre ellas la que usaría en la audición. Mi padre fue a despedir a mi madre, hablaron un poco, se abrazaron y ella le entregó el paquete con lo que comeríamos durante el viaje. El perro se quedó al lado de mi madre, siendo ahora su protector, no hizo falta atarlo.

  Así fue que emprendimos el viaje para mi audición, partimos poco después del mediodía con el sol iluminándonos desde arriba por entre las pocas nubes que habían. Durante nuestro trayecto me ponía a pensar de nuevo en la ciudad, en mi maestro, ¿qué me tendría preparado el destino? ¿Podré aprender nuevas melodías con mi violín? ¿Cómo serán los teatros allá y sus conciertos?, nunca había estado en Parma, y esperaba que sea una ciudad moderna y linda. El nombre del maestro que nos estaba esperando lo supe recién durante el viaje, mi padre me lo dijo, era el famoso Alessandro Rolla, también me contó sobre lo buen músico que era, y también como fue la entrevista que tuvo con él cuando se presentó a tocar en Génova, me dijo además, que muchos de los vecinos de esa ciudad ayudaron para que ésta entrevista fuera posible, eso realmente me sorprendió mucho. Ellos todavía se acordaban de mí.

   Transcurrieron más de cinco horas, el sol seguía guiándonos desde arriba, pero pronto se empezaría a ocultar por las montañas, mi padre detuvo el carro a la derecha del camino entre unos árboles; a unos metros más allá podía ver que se encontraba un pequeño manantial. Nos bajamos los dos.

  -Tu ve a buscar leña para hacer fuego, yo llevaré los caballos al arroyo-. Me dijo mi padre mientras desataba a los caballos.

  Empezaba a hacer un poco de frio. El lugar donde hicimos la primer y única parada estaba casi llena de arboles, había una serie de montañas del lado derecho del camino, se podía distinguir como bajaba el arroyo de agua por ellas, y del lado izquierdo otro par de montañas pero no tan altas, lugar por donde descendería el sol hasta ocultarse. Elegí ir hacia la izquierda, veía más árboles secos que del otro lado, por lo que encontraría más rápido lo que haría falta para nuestro fuego. En mi último viaje para ir a recorrer leña encontré un pedazo grande de tronco entre el pasto, cuando lo quise alzar se resquebrajó y de él salieron cientos de hormigas que subieron a mis manos, adentro tenía un hormiguero. Me sacudí y quité todas las hormigas pero igual sufrí algunas picaduras, llevé otro tronco e hice el fuego. Traté de cubrirme las manos para que mi padre no las vieras pero no tuve éxito, se dio cuenta. La verdad es que mi padre siempre se daba cuenta cuando algo malo pasaba, ahora que recuerdo, él nos llevó a mi madre y a mí hasta Romairone, porque los franceses estaban invadiendo desde el norte, por lo que nos fuimos de Génova. Así que me regañó un poco, luego sacó de una caja de madera un frasco que tenía un tipo de aceite de color verde oscuro, y me pasó eso por todas las picaduras. Mientras él acomodaba el fuego y ponía la comida en una olla para calentarla en unas brazas, empezó a recordar algunas cosas.

  -Vaya, siempre te tiene que pasar algo en los momentos importantes. Creo que tu madre tenía razón al final, que había que estar muy atento contigo para que no te ocurriera nada.- Al terminar de decir eso mi padre soltó una pequeña carcajada.

  -Todavía recuerdo cuando te agarró sarampión, no creo que te acuerdes de eso pero yo sí. O sino el día anterior a que tocaras en la plaza de Génova, que te caíste del árbol de manzano y quedaste con toda la pierna morada por el golpe y estuviste dos o tres días rengo.

  Después de decir eso acomodó de nuevo las brazas y agregó más leña al fuego. Luego de pensar un poco y con su mirada siempre fija a esas llamas me dijo algo que siempre recordaré.

  -Todo eso te enseña a que debes ser fuerte y persistir, pues las dificultades e infortunios siguen a todas las personas. Te has vuelto bueno con el violín y mañana lo demostraras, pero tienes que seguir aprendiendo pues tu camino aun no está escrito, y el maestro Rolla te podrá ayudar de ahora en más, si logras hacer que te acepte. Debes prestarle toda tu atención, respetarlo y hacer todo lo que te diga ¿Entendiste?- Al terminar de eso me miró a los ojos, esperando mi respuesta.

  -Sí, comprendo. Voy a pasar la prueba mañana.

  -Bueno, me alegra escucharlo. Ahora ven y comamos, que nos iremos pronto.
  Su forma tranquila y natural de decirme esas palabras, como si estuviera hablándome de hombre a hombre me dejó una mezcla de sensaciones por dentro. Era la primera vez que tenía una charla así conmigo.

  Para nuestra cena mi madre nos había preparado unos tallarines con verduras y gallina, era lo que más le gustaba a mi padre, y también a mí. Mezclar las verduras como el morrón verde, cebolla y tomate le daba a los tallarines un sabor especial y único, por supuesto que no quedó nada.

  Ya estaba oscuro, así que mi padre preparó todo para marcharnos y yo apagué el fuego.

  Al cabo de dos o tres horas más de viaje, al fin llegamos a Parma, era una ciudad con bastantes casas de todo tipo, grandes de dos pisos, pequeñas, nuevas o antiguas. Las ventanas de ellas se iluminaban por las llamas de las velas del interior de esos altos cuartos. También pasamos por la plaza principal, podía ver que quedaban unos pocos comerciantes en ella. Paramos en una casa de dos pisos, mi padre se bajó y tocó la puerta principal, quien de ella atendió una señora mayor.

  -Buenas noches don Antonio, leí la carta, pueden quedarse a pasar la noche aquí. Pon los caballos al fondo, hay pasto y agua para ellos.

  -Si señora, le agradecemos su gentileza.

  Fuimos por atrás de la casa a dejar allí los dos caballos, luego volvimos con nuestras cosas para entrar por la puerta principal, saludé a la señora que estaba todavía esperando en la puerta y nos hizo pasar. Cruzamos un largo pasillo y pude notar un salón del lado izquierdo, en él había un piano negro, también una mesa grande con ocho sillas y un juego de sillones. La señora nos llevó hasta nuestro cuarto que quedaba arriba. Dejamos las maletas en un costado de la habitación y el violín encima de una cama, y luego la señora nos trajo dos tazas de té con un pedazo de pan.

  -Tomen esto para que calienten un poco sus cuerpos. No quiero que se enfermen por el viaje.

  -Muchas gracias.- Fue lo que dijimos los dos.

  La habitación, iluminada por las velas de dos candelabros, era bastante grande, habían cuatro camas en total, también tenía un ropero inmenso, en el centro una pequeña mesa redonda de madera con tres sillas y en una esquina cerca de la ventana un sillón.

  Cuando terminamos de tomar el té que nos dio la señora, mi padre me hizo sacar el violín, para ver que estuviera en perfectas condiciones para mañana. Toqué una sola vez el tema.
  -Bueno, ahora puedes guardarlo y acostarte. Mañana partiremos antes del mediodía.- Fue lo último que dijo esa noche.

  Al otro día un sueño me despertó antes que él, baje hasta el baño y luego fui para la cocina, allí estaba la señora calentando agua para el desayuno.

  -Buenos días.- Me dijo

  -Buenos días señora.- Le respondí todavía bostezando.

  -Te levantaste temprano. ¿Dormiste bien?

  -Sí, intenté dormirme de nuevo, pero no pude.

  -¿Por qué?- Me preguntó ella

  -Por un sueño.

  -Cuéntame, ¿qué fue lo que soñaste?

  -A mi madre, ella estaba en su habitación rezando, era de noche, pero podía distinguir claramente su figura por la luz de la luna que entraba por entre las cortinas de una ventana, y de esa misma luz apareció un ángel. Su figura era celestial y pura como el agua de manantial. Le había dicho algo a mi madre y yo pude distinguir que no llevaba una lira como los padres dicen que tienen, sino un violín. Cuando quiero mirar cómo era ese violín que llevaba en sus brazos,  el ángel y mi madre giran sus cabezas hacia mí notando que estoy ahí mirándolos, y me desperté en ese momento, no alcance a ver el violín. ¿Nose qué puede significar?

  -Déjame que yo te diga. Para mi tu madre reza por ti en las noches, te debe querer mucho. Por eso te visitó en tus sueños, para que la recuerdes y no olvides que te ama. El ángel que la visitó debe ser seguramente tu ángel de la guarda, ella le encomienda a él tu protección.

  -Puede ser, no lo había pensado.- Le respondí a la señora que amablemente me sirvió el desayuno.

  Cuando terminé mi desayuno mi padre bajó de la habitación, luego le pedí permiso a la señora de la casa para que me dejara ver el piano que noté la noche anterior en el salón. Me dijo que en ese piano su hija aprendió a tocar desde muy pequeña, y que ahora los miércoles y viernes viene su nieta para seguir los mismos pasos. Cuando mi padre acabó de desayunar me llevó a la habitación a tocar una vez más el violín, antes de hacerlo en la audición. Luego de eso preparamos todo y nos vestimos elegantemente para ya marcharnos de la cálida casa en la que pasamos la noche.

  Después de despedirnos de la amable señora nos dirigimos rumbo a la academia del maestro que se encontraba al otro lado de la ciudad.

  Ahora con la luz del día podía ver los distintos colores de las casas de la ciudad, había mucha gente por las calles, personas que iban a sus negocios a trabajar o personas que salían a comprar los productos de aquellos comerciantes. Vi a algunos perros esperando en las puertas de algunos negocios para recibir alguna sobra. Realmente la ciudad era diferente durante el día.

  Al fin nos detuvimos en la academia, la entrada estaba custodiada por dos columnas y un pequeño portón, a los costados  dos árboles mirándonos con sus hojas, creo que eran de lima o talvez de limón.

  Tocamos la puerta y nos atendió el criado quien nos llevó hasta el cuarto principal donde se encontraba el maestro. De afuera se podía pensar que la academia era un lugar pequeño, pero por dentro era todo lo contrario.

  Nos hicieron esperar en un pasillo y a los pocos minutos nos recibió el maestro.

  -Buenos días don Paganini, me alegro de verlo.- Le dijo a mi padre.

  -Buenos días maestro Rolla, es un honor para nosotros estar aquí. Le respondió mi padre.

  -Ah! Pero si tú debes ser Nicolo, mucho gusto.- Me dijo

  -Mucho…, mucho gusto maestro.- Fue mi respuesta media torpe.

  -Pasen al estudio por favor.

  Entramos, era un salón amplio, con un solo gran ventanal que se encontraba atrás del escritorio del maestro. En los costados se podía ver toda clase de instrumentos, algunos no los conocía. Debió conseguirlos durante sus giras por todo el mundo, me decía a mí mismo. El suelo era todo de un alfombrado rojo intenso.

  -Será mejor que empecemos.- Dijo el maestro Rolla.

  Yo saqué mi violín y mi padre puso la partitura en el atril que estaba en la habitación. El maestro se acercó donde yo estaba y me dijo:

  -Espera un poco, quiero que me cuentes algo primero. Supongo que te sabes bien el tema que está en este papel, pero dime ¿qué opinas de él?- Refiriéndose la canción que estaba por tocar.

  -Sus melodías hacen que sea agradable a los oídos, aunque no es ni lo demasiado lenta para una sonata, o lo demasiado rápida para un allegro.- Fue lo que le respondí con cierta timidez.

  -Y dime, ya que no tiene titulo el tema, ¿qué nombre le pondrías tu?

  -Emm, Agrio y Dulce.- Le dije luego de pensarlo un poco.

  -Sí, encajaría perfecto, me gusta el nombre. Bueno, esto no lo necesitaras.- Quitó del atril la partitura.

  -Ahora sí, puedes comenzar.

  Mi padre estaba sentado en un costado mirando y escuchando todo, yo estaba de frente al maestro que se había sentado en una silla, y el criado estaba parado al lado de él. Empecé a tocar lo más concentrado que pude y cuando terminé el maestro me pidió lo siguiente:

  -¿Podrías tocar ahora la misma pieza pero usando diferentes ritmos? Elígelos tú y a tu gusto por favor-. Un pedido extraño fue éste, la verdad.

  -Está bien.- Le respondí

  Cerré los ojos, y empecé. Me dejé llevar por la melodía de la canción, subí el ritmo en la mayoría de las partes y en otras las bajaba. Tocar con libertad ese tema me daba una hermosa satisfacción por dentro. Lo disfruté.

  Cuando terminé de tocar vi que el maestro estaba de pie mirándome con sus ojos bien abiertos. Luego se dirigió a mi padre y esto fue lo que le dijo a él:

  -Don Antonio Paganini, seré sincero, debo rechazarlo, no hay nada que yo pueda enseñarle a su hijo.

                                                                                                                              Continuará
 algún día. 



Nota de Autor

Este escrito es en conmemoración al nacimiento del gran violinista italiano, Nicolo Paganini (27 de octubre de 1782 – 27 de mayo de 1840). Es decir, este relato está inspirado en él. Que además de ser virtuoso, fue inspirador para otros artistas en todas las épocas. Su legado queda guardado para siempre a la humanidad.
Quiero además dar las gracias a aquellas personas que me ayudaron en muchas formas a llegar hasta este lindo momento, a Van Ale, a La Bestia de Cartago del Eze y a Victoria E. Thx! 
p/d: Ya esta registrado con derechos de autor, así que no se hagan los vivos o serán chirleados por toda la eternidad. 
martes, 9 de octubre de 2012
Este es una prueba, dando así el primer paso para iniciar con el blog, esto recién empieza...


Si fuese por tu valor,
o si fuese por tu espíritu.
Demorarías tu partida,
lo harías con ímpetu.
Pero las aguas del otro rió,
te llevaron a un nuevo camino.



El 27 publicaré un escrito de esos simples y sencillos que recuerdan a alguien en particular...

Probando la inserción de un video. 



Probando un texto aleatorio

Este tipo, pese a su mala fortuna en la carretera, poseía el más alegre de los espíritus y compartía un almuerzo de manzanas verdes con su asno cojo. En el borde de su carreta se elevaba un estandarte pintado a mano, un anuncio en realidad de su simpatía y sus deseos de tener clientela. El cartel pretendía declarar: «El mejor servicio sólo para ti, amigo mío», philos, que su mano había inscrito como phimos, el térmi­no dórico para indicar una contracción de la carne que cubre el miem­bro masculino. El cartel de la carreta declaraba más o menos esto:

El mejor servicio sólo para ti, prepucio mío

El lustre de esta poesía convirtió al tipo en una celebridad al ins­tante. Varios escuderos se desplazaron para ayudarle, lo que el comer­ciante les agradeció efusivamente.
—¿Y adónde se dirige, si puedo preguntarlo, este magnífico ejér­cito? —preguntó.
—A morir —respondió alguien.
—¡Qué delicia!

Texto número 2 con otro tipo de letra


Los hombres llamaron a Dienekes. Querían una broma, una chan­za, algo corto y gracioso, por lo que era famoso. Se resistía. Se veía que no deseaba hablar.
—Hermanos, no soy rey ni general. Nunca he ostentado un cargo superior al de jefe de pelotón, así que os digo ahora lo que diría a mis hombres, pues sé que el miedo se esconde silencioso en cada corazón; no el miedo a la muerte, sino peor, a fallar o desfallecer, en ésta, la últi­ma hora.
Estas palabras dieron en el blanco; se veía claramente en el rostro de los hombres, que escuchaban silenciosos y atentos.
—Esto es lo que haréis, amigos. Olvidad el país. Olvidad al rey. Olvidad la esposa, los hijos y la libertad. Olvidad todos los concep­tos, por nobles que sean, por los que imagináis que peleáis hoy aquí. Actuad sólo por esto: por el hombre que está junto a vosotros. Él lo es todo, y todo está contenido dentro de él. Es todo lo que sé. Es todo lo que puedo deciros.

Texto número 3 con otro tipo de letra
Decía el autor: «Quien se guiase por la lógica podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un Océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena cuya naturaleza conoceremos siempre que nos muestre uno solo de sus eslabones. La ciencia de la educación y del análisis, al igual que todas las artes, puede adquirirse únicamente por medio del estudio prolongado y paciente, y la vida no dura lo bastante para que ningún mortal llegue a la suma perfección posible en esa ciencia. Antes de lanzarse a ciertos aspectos morales y mentales de esta materia que representan las mayores dificultades, debe el investigador empezar por dominar problemas más elementales. Empiece, siempre que es presentado a otro ser mortal, por aprender a leer de una sola ojeada cuál es el oficio o profesión a que pertenece. Aunque este ejercicio pueda parecer pueril, lo cierto es que aguza las facultades de observación y que enseña en qué cosas hay que fijarse y qué es lo que hay que buscar. La profesión de una persona puede revelársenos con claridad, ya por las uñas de los dedos de sus manos, ya por la manga de su chaqueta, ya por su calzado, ya por las rodilleras de sus pantalones, ya por las callosidades de sus dedos índice y pulgar, ya por su expresión o por los puños de su camisa. Resulta inconcebible que todas esas cosas reunidas no lleguen a mostrarle claro el problema a un observador competente. »
—¡Qué indecible charlatanismo! —exclamé, dejando la revista encima de la mesa con un golpe seco—. En mi vida he leído tanta tontería.
¿De qué se trata? —me preguntó Sherlock Holmes.
—De este artículo —dije, señalando hacia el mismo con mi cucharilla mientras me sentaba para desayunarme—. Me doy cuenta de que usted lo ha leído, puesto que lo ha señalado con una marca. No niego que está escrito con agudeza. Sin embargo, me exaspera. Se trata, evidentemente, de una teoría de alguien que se pasa el rato en su sillón y va desenvolviendo todas estas pequeñas y bonitas paradojas en el retiro de su propio estudio. No es cosa práctica. Me gustaría ver encerrado de pronto al autor en un vagón de tercera clase del ferrocarril subterráneo y que le pidieran que fuese diciendo las profesiones de cada uno de sus compañeros de viaje. Yo apostaría mil por uno en contra suya.
—Perdería usted su dinero —hizo notar Holmes con tranquilidad—. En cuanto al artículo, lo escribí yo mismo.
—¡Usted!