martes, 9 de octubre de 2012
Este es una prueba, dando así el primer paso para iniciar con el blog, esto recién empieza...
Si fuese por tu valor,
o si fuese por tu espíritu.
Demorarías tu partida,
lo harías con ímpetu.
Pero las aguas del otro rió,
te llevaron a un nuevo camino.
El 27 publicaré un escrito de esos simples y sencillos que recuerdan a alguien en particular...
Probando la inserción de un video.
Probando un texto aleatorio
Texto número 2 con otro tipo de letra
Si fuese por tu valor,
o si fuese por tu espíritu.
Demorarías tu partida,
lo harías con ímpetu.
Pero las aguas del otro rió,
te llevaron a un nuevo camino.
El 27 publicaré un escrito de esos simples y sencillos que recuerdan a alguien en particular...
Probando la inserción de un video.
Probando un texto aleatorio
Este tipo, pese a su mala
fortuna en la carretera, poseía el más alegre de los espíritus y compartía un
almuerzo de manzanas verdes con su asno cojo. En el borde de su carreta se
elevaba un estandarte pintado a mano, un anuncio en realidad de su simpatía y
sus deseos de tener clientela. El cartel pretendía declarar: «El mejor servicio
sólo para ti, amigo mío», philos, que su mano había inscrito como phimos,
el término dórico para indicar una contracción de la carne que cubre el
miembro masculino. El cartel de la carreta declaraba más o menos esto:
El mejor servicio sólo para ti, prepucio mío
El
lustre de esta poesía convirtió al tipo en una celebridad al instante. Varios
escuderos se desplazaron para ayudarle, lo que el comerciante les agradeció
efusivamente.
—¿Y
adónde se dirige, si puedo preguntarlo, este magnífico ejército? —preguntó.
—A
morir —respondió alguien.
—¡Qué
delicia!
Texto número 2 con otro tipo de letra
Los
hombres llamaron a Dienekes. Querían una broma, una chanza, algo corto y
gracioso, por lo que era famoso. Se resistía. Se veía que no deseaba hablar.
—Hermanos,
no soy rey ni general. Nunca he ostentado un cargo superior al de jefe de
pelotón, así que os digo ahora lo que diría a mis hombres, pues sé que el miedo
se esconde silencioso en cada corazón; no el miedo a la muerte, sino peor, a
fallar o desfallecer, en ésta, la última hora.
Estas
palabras dieron en el blanco; se veía claramente en el rostro de los hombres,
que escuchaban silenciosos y atentos.
—Esto
es lo que haréis, amigos. Olvidad el país. Olvidad al rey. Olvidad la esposa,
los hijos y la libertad. Olvidad todos los conceptos, por nobles que sean, por
los que imagináis que peleáis hoy aquí. Actuad sólo por esto: por el hombre que
está junto a vosotros. Él lo es todo, y todo está contenido dentro de él. Es
todo lo que sé. Es todo lo que puedo deciros.
Texto número 3 con otro tipo de letra
Decía el autor: «Quien se guiase por la lógica podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un Océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena cuya naturaleza conoceremos siempre que nos muestre uno solo de sus eslabones. La ciencia de la educación y del análisis, al igual que todas las artes, puede adquirirse únicamente por medio del estudio prolongado y paciente, y la vida no dura lo bastante para que ningún mortal llegue a la suma perfección posible en esa ciencia. Antes de lanzarse a ciertos aspectos morales y mentales de esta materia que representan las mayores dificultades, debe el investigador empezar por dominar problemas más elementales. Empiece, siempre que es presentado a otro ser mortal, por aprender a leer de una sola ojeada cuál es el oficio o profesión a que pertenece. Aunque este ejercicio pueda parecer pueril, lo cierto es que aguza las facultades de observación y que enseña en qué cosas hay que fijarse y qué es lo que hay que buscar. La profesión de una persona puede revelársenos con claridad, ya por las uñas de los dedos de sus manos, ya por la manga de su chaqueta, ya por su calzado, ya por las rodilleras de sus pantalones, ya por las callosidades de sus dedos índice y pulgar, ya por su expresión o por los puños de su camisa. Resulta inconcebible que todas esas cosas reunidas no lleguen a mostrarle claro el problema a un observador competente. »
—¡Qué indecible charlatanismo! —exclamé, dejando la revista encima de la mesa con un golpe seco—. En mi vida he leído tanta tontería.
¿De qué se trata? —me preguntó Sherlock Holmes.
—De este artículo —dije, señalando hacia el mismo con mi cucharilla mientras me sentaba para desayunarme—. Me doy cuenta de que usted lo ha leído, puesto que lo ha señalado con una marca. No niego que está escrito con agudeza. Sin embargo, me exaspera. Se trata, evidentemente, de una teoría de alguien que se pasa el rato en su sillón y va desenvolviendo todas estas pequeñas y bonitas paradojas en el retiro de su propio estudio. No es cosa práctica. Me gustaría ver encerrado de pronto al autor en un vagón de tercera clase del ferrocarril subterráneo y que le pidieran que fuese diciendo las profesiones de cada uno de sus compañeros de viaje. Yo apostaría mil por uno en contra suya.
—Perdería usted su dinero —hizo notar Holmes con tranquilidad—. En cuanto al artículo, lo escribí yo mismo.
—¡Usted!
Texto número 3 con otro tipo de letra
Decía el autor: «Quien se guiase por la lógica podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un Océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena cuya naturaleza conoceremos siempre que nos muestre uno solo de sus eslabones. La ciencia de la educación y del análisis, al igual que todas las artes, puede adquirirse únicamente por medio del estudio prolongado y paciente, y la vida no dura lo bastante para que ningún mortal llegue a la suma perfección posible en esa ciencia. Antes de lanzarse a ciertos aspectos morales y mentales de esta materia que representan las mayores dificultades, debe el investigador empezar por dominar problemas más elementales. Empiece, siempre que es presentado a otro ser mortal, por aprender a leer de una sola ojeada cuál es el oficio o profesión a que pertenece. Aunque este ejercicio pueda parecer pueril, lo cierto es que aguza las facultades de observación y que enseña en qué cosas hay que fijarse y qué es lo que hay que buscar. La profesión de una persona puede revelársenos con claridad, ya por las uñas de los dedos de sus manos, ya por la manga de su chaqueta, ya por su calzado, ya por las rodilleras de sus pantalones, ya por las callosidades de sus dedos índice y pulgar, ya por su expresión o por los puños de su camisa. Resulta inconcebible que todas esas cosas reunidas no lleguen a mostrarle claro el problema a un observador competente. »
—¡Qué indecible charlatanismo! —exclamé, dejando la revista encima de la mesa con un golpe seco—. En mi vida he leído tanta tontería.
¿De qué se trata? —me preguntó Sherlock Holmes.
—De este artículo —dije, señalando hacia el mismo con mi cucharilla mientras me sentaba para desayunarme—. Me doy cuenta de que usted lo ha leído, puesto que lo ha señalado con una marca. No niego que está escrito con agudeza. Sin embargo, me exaspera. Se trata, evidentemente, de una teoría de alguien que se pasa el rato en su sillón y va desenvolviendo todas estas pequeñas y bonitas paradojas en el retiro de su propio estudio. No es cosa práctica. Me gustaría ver encerrado de pronto al autor en un vagón de tercera clase del ferrocarril subterráneo y que le pidieran que fuese diciendo las profesiones de cada uno de sus compañeros de viaje. Yo apostaría mil por uno en contra suya.
—Perdería usted su dinero —hizo notar Holmes con tranquilidad—. En cuanto al artículo, lo escribí yo mismo.
—¡Usted!
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